lunes, 30 de noviembre de 2009

La enfermedad y su dueño III

Carolina es una mujer de unos 50 años que conozco hace más de una década, además de trabajar juntos tenemos una bonita amistad. Con Carolina hemos vivido moméntos únicos y mágicos, así como peleas absurdas. Una amistad bonita la que hemos cultivado.

Carolina es la típica mujer emprendedora, ejecutiva, proactiva que sabe como dirigir a la gente. Le gusta llevar el pandero. Al mismo tiempo es una niña indefensa. El caso es que Carolina estaba en medio del huracán, sin pareja y viviendo un tormento en el trabajo. Su nivel de toleracia era muy bajo, se peleaba con todos y parecía estar enojada a cada rato…. Hasta que conoció a lobo, un Labrador Retriever de unos 7 años. Fue amor a primera vista. Grande y cabezón, bueno y alegre. Lobo tenía la facultad de cambiarle el estado de ánimo a Carolina en un segundo. Era un perro digno de una comunidad ecológica, se llevaba bien con todos y demostraba su personalidad como se fuera siempre en centro de la conversación.

A Carolina la fue conquistando de a poco. Ella vivía en departamento, en el cual obviamente estaban las mascotas prohibidas, más aún si se trataba de un perrote como este. Al principio accedió la petición de un amigo de cuidarlo unos días, luego se lo llevaría al campo, pero Lobo comenzó a vivir la vida con Carolina como si hubieran nacido juntos. Sabía cuando subir y bajar del auto, cuando esperar, cuando tenía que alimentarse, esperaba los paseos para orinar y defecar, en fin, era todo un caballero. Al principio Carolina estableció límites, sólo podía andar en la logia y cocina. Al poco tiempo, para que tuviera más espacio, lo llevaba a la oficina, había un gran parque contiguo que serviría como paseo. A los pocos días ya estaba dentro de la oficina, dormía largas reuniones y sabía el momento exacto cuando tocaba paseo. Sólo pasaron semanas para que Lobo se apropiara del departamento, auto y oficina, hiciera amistades con secretarias, choferes, auxiliares y cuanto cristiano tuviese que convencer. De hecho Lobo fue importante en varias negociaciones que se suponía iban a ser tensas, pero que rápidamente se convertían en amables gracias a lobo, que conquistaba hasta el más avaro de los empresarios.

En toda esta trayectoria lobo tenía la facultad de modular las emociones de Carolina, cada vez que se ofuscaba, bastaba que lobo apoyara su cabezota en sus piernas, bastaba que moviera la cola y simplemente que escuchara su ronquido en medio de una reunión para que cambiara de estado de ánimo.

Los paseos eran suaves y mágicos. Carolina volvió a mirar el cielo, a disfrutar del atardecer, de la noche. Disfrutaba ver a Lobo meter el hocico en el barro, restregarse contra el pasto, correr como un loco. Hubo mucha sanación en el proceso de Carolina. Sin embargo había algo que llamaba la atención, no subía de peso. Los veterinarios no hallaban el diagnóstico y Lobo comenzó a consumir medicamentos y comidas especiales. Carolina, quien ya había entregado casi todo su departamento y la oficina a este perro comenzó ahora a cocinar para él. Pero había una regla que ella no rompería, el perro debe estar fuera de la pieza.

Lobo seguía adelgazando y ahora comenzaba a toser en las noches. Carolina lo escuchaba desde su pieza y lo volvió a llevar al veterinario. El diagnóstico fue duro, un par de radiografías demostraron cáncer mediastinal, en palabras sencillas una gran masa tumoral en el tórax que comprimía las vías aéreas y el corazón. Todo mal. Una enfermedad grave para la cual no había tratamiento. Desde ese momento Carolina decidió regalonear y disfrutar al máximo su relación con Lobo, fueron juntos de paseo, al trabajo y hasta empezaron a dormir juntos en la pieza. A pesar de su grave enfermedad Lobo siempre se veía feliz y corría como si nada tuviera. Vivió varios meses con esa felicidad entre los dientes, moviendo la cola cada vez que escuchaba su nombre hasta que su enfermedad lo consumió por completo y Carolina decidió ponerlo a dormir, para lo cual me pidió ayuda. La partida de lobo fue un proceso suave y hasta mágico, Carolina se despidió de él con mucha paz y me reconoció todo el bien que lobo le había hecho. No tengo duda alguna de que Carolina recibió mucha sanación de lobo, de alguna manera la rescató de vuelta a la vida.

La historia de la Sra. Sofía y Cleo, de Carolina y Lobo son extraordinarias y al mismo tiempo comunes. He visto mascotas que tienen los mismos signos que sus dueños, Don Carlos quien tenía hipertensión y su hurón con lo mismo, ambos muy unidos. Patricia y su cobayo, ambos con el tránsito lento. Una curiosa historia de Marcela y un gato que llegó a su casa, ambos se enfermaban al mismo tiempo. No siempre son las mismas enfermedades pero ocurren muchas veces cuadros sin etiología lógica que me parecen están conectados con alteraciones en sus dueños, en fin tengo este presentimiento de que las mascotas de alguna manera somatizan patologías de sus dueños y de que ellos participan en su proceso de sanación, haciendo difícil discriminar quien es el dueño de la enfermedad. Todo esto me hace cuestionarme sobre la posibilidad de que las mascotas puedan sanar a sus dueños.